A menudo nos proyectamos hacia los demás, adaptamos nuestras conductas e interpretamos las diferentes versiones, los diferentes personajes que hemos creado de nosotros mismos para satisfacer las expectativas que nuestro entorno confía que satisfagamos.

¡Y a grandes expectativas, grandes decepciones!

Un personaje es un carácter que aparece en las obras de ficción, tiene una vida limitada, es efímero. Si construimos nuestro LIDERAZGO sobre la base de un PERSONAJE, no estamos siendo coherentes con nosotros mismos y estamos traicionando a las personas que nos rodean. Tarde o temprano se nos verá el plumero y perderemos toda credibilidad.

Los que creemos en el crecimiento personal y nos dedicamos a ello, decidimos apostar por trabajar nuestra identidad para conectar con nuestros talentos y capacidades, en definitiva, para mostrarnos tal como somos en esencia y ofrecer la mejor versión de nosotros mismos. Pero este proceso, inevitablemente, tiene un coste: LA DECEPCIÓN.

Cuando somos lo más sinceros posible con nosotros mismos que podemos soportar, nos enfrentamos a la parte del proceso más dolorosa. Decepcionamos a los nuestros por no cumplir las expectativas que tenían depositadas en nosotros y, aunque no siempre, tomamos conciencia de que se producirán efectos no deseados: probablemente perderemos la confianza de ciertas personas y quizás las propias relaciones. Dejamos a gente por el camino, sí, y quizás nos aborden las dudas, nos sintamos desamparados e incluso angustiados ante las críticas que recibiremos por haber decidido cambiar la manera de mostrarnos…

Dejas de ser quien los otros esperan que seas para ser tú mismo: el AUTÉNTICO. Y sólo sobre esta base, la de la autenticidad, se puede desarrollar un liderazgo sincero, generoso y de larga duración.